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lunes, 11 de enero de 2010

Vida


La vida a través del tiempo nos hace justicia y nos cobra factura, cada acción tiene una reacción que afecta nuestro entorno y no solo eso sino también nuestro propio porvenir, muchas veces perdemos el sentido de las cosas y el entusiasmo por objetos que nos atraían y soñábamos con ellos , desaparece esa curiosidad y la intensidad que teníamos cuando éramos niños, en algún lugar dejamos esa magia que estuvo con nosotros en nuestra infancia y parte de la juventud, perdemos la inocencia y no entendemos que somos parte de un todo.


Ya no existen los cielos azules y los árboles verdes, el viento tocando nuestro cuerpo y elevando el cabello sintiéndose libre, la tranquilidad, nuestra paz interior, el equilibrio de nuestra alma se disipa mutando por incoherentes “responsabilidades” que nos hace producir conocimiento con el único fin de matar lo que nos ha dado vida.

Hoy cambiamos la felicidad por el estrés y el trabajo obsesivo sin pensar que estamos perdiendo nuestro propio equilibrio, estamos matando nuestras propias risas y poco a poco empezamos a olvidar que hace mucho tiempo un niño soñaba con ser libre y correr por los parques.

Hoy miramos hacia el frente y encontramos edificios grises y unidades habitacionales creciendo como arboles en un bosque de asfalto desenfrenado, donde corría aquel riachuelo hoy se presentan lágrimas de impunidad y mares de autos contaminando nuestros pulmones.

Cada minuto que pasa estamos inclinando la balanza hacia nuestra propia destrucción y con ella nos llevamos más de lo que imaginamos. No nos damos cuenta que los únicos que no respetamos nuestro hogar, nuestro planeta, nuestro ecosistema, nuestros bosques y selvas, nuestros mares y desiertos, nuestra  fauna, etc somos nosotros mismos.

Las decisiones que tomamos no las hacemos por el bien de un país o una nación mucho menos por el bien de nosotros mismos, las decisiones que tomamos son el resultado de nuestra propia avaricia, de nuestra propia sed de poder y soberbia que con el tiempo crece y se vuelve una enfermedad incontrolable que contagia todo lo que está a su paso.

Hoy tengo miedo, miedo de perder mi inocencia, de saber que la magia que llevo dentro puedo dejarla olvidada en los jardines de mi pasado. Hoy tengo miedo de perder aquel niño que jugaba en el parque frente a su casa, hoy tengo miedo de no hacer nada sabiendo que todo está mal. Hoy tengo miedo, miedo de lo que pueda pasar si no paramos nuestra propia destrucción,   si seguimos matando nuestro propio planeta.


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